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Exposiciones Individuales

2014

Frontière : Le livre de la peau.

 
FORT DE BELLEGARDE.
Le Perthus. FRANCE
06 de junio - 30 de setiembre 
Inauguración : 6 de junio . 6 de la tarde
Instalaciones y grandes formatos

PRESENTACIÓN

Esponsores : MAIRIE LE PERTHUS, DIPUTACIO DE LLEIDA,
INSTITUT D'ESTUDIS ILERDENCS, FUNDACIÓ CARMEN & LLUÍS BASSAT,
FUNDACIÓ VILA CASAS, ESPAI CAVALLERS 31 - 33, 100 KUBIK GALLERY,
COSTANTINI ART GALLERY, INDECOR, BAMA-GEVE, ALFA WASSERMANN, BLAI, ASSESSOR i SEBER

 JOANPERE MASSANA: FRONTERA Y MEMORIA

Detrás de una obra aparentemente lúdica, el quehacer de Joanpere Massana (Ponts, 1968) se adentra en los rincones de la memoria, en el simbolismo más ancestral de su pensamiento del que, sin demasiadas concesiones, quiere extraer aquellos significados más adecuados representados a través de un vocabulario personal y unívoco.

El libro del agua, El libro de los árboles, El libro de los juegos son antecedentes que marcan el proceso de un trabajo reflexivo lleno de contenido simbólico. En estas piezas ha investigado de manera constante y al mismo tiempo reiterativa los elementos que encuentran en su tarea un lugar de reflexión.

Mientras que el término límite está ligado a una concepción imaginaria, la frontera es un tránsito entre dos culturas, dos mundos, dos religiones, dos formas de entender la vida. Pero también un lugar de espera, de descanso, un receso donde puede convertirse en un pensamiento profundo. FRONTERA, es el título que el artista ha elegido para presentar su última obra. Una exposición en el Fuerte de Partús, una fortaleza francesa en Bellagarde, en el municipio fronterizo que separa el Vallespir galo de l' Alt Empordà Catalán. Un emblemático espacio que a su vez conlleva una carga simbólica muy acentuada, así como la historia que lo precede. Una zona geográfica donde aprovecha los límites del territorio para emplazar su discurso poético y plástico.

Una serie de pinturas y dibujos, algunos de gran formato, junto a varias instalaciones, marcan un proceso que explora los límites del concepto. La acotación de la línea, está tratado como elemento de separación que nos aparta de lo que es real y en algún caso ficticio, sin olvidar en ningún momento la memoria individual y colectiva en este campo divisorio. Memoria como elemento contenedor de vivencias, de experiencias, de deseos imaginados y incumplidos que vagan en nuestro interior de manera fugaz, pero que permanecen impregnados como parte de nuestra existencia.

La naturaleza, el tiempo, el recuerdo, la ambigüedad, centran el discurso de la muestra. Es sabido que Joanpere Massana recurre constantemente a la relación entre hombre y naturaleza como un diálogo lleno de experiencias vitales compartidas. Una naturaleza cambiante, llena de posibilidades donde todo se permuta, todo transcurre, todo desaparece, pero algo queda. Insectos, hojas, animales, semillas plantas ... configuran un corpus representativo de un creador curioso, observador del mundo que plantea nuevas formas de entender y comprender lo que nos rodea. Es evidente, pues, que este gran catálogo de imágenes de la naturaleza acumuladas en el tiempo le dejan marcas y huellas que van apareciendo inconscientemente, pero que en determinados momentos afloran en una especie de viaje interior que recorre los rastros vividos a través de percepciones , miradas, lugares, sentimientos ... Esta apropiación de fragmentos de la realidad (semillas, hojas, troncos, ....) es una manera de referirse a la complejidad del universo y la base para acercarse al conocimiento.


Pisadas del mismo artista que quedan como testimonio de su inquieta curiosidad. Unas propuestas llenas de contenido alegórico y metafórico, de experiencias sensoriales arraigadas a flor de piel. Elementos que quedan petrificados en lo más profundo. Testigos de un momento pasado que forman parte de nuestra historia y que nos persiguen en nuestro camino. Entonces petrificadas que en momento germinan estallando en un mundo oculto, escondido, en el que afloran nuevas esperanzas, nuevas ilusiones. Unos pequeños reductos de vivencias fosilizados que nos recuerdan la demostración de la existencia en un pasado remoto. Un tiempo que, como concepto de tránsito, tiene en su corpus un lugar destacable y que está representado de diferentes maneras. Desde la enumeración como forma secuencial, a formas simbólicas como los pies, el camino, las alas o la cruz que concibe como un espacio de cruce de caminos, donde el instante se detiene y se convierte en el lugar de reflexión , pero también como intersección y frontera. Unos pies que caminan hacia una dirección, aunque no se sabe hacia dónde; unos pies que llevan detrás de sí innumerables batallas en desiertos arenosos donde la huella se borra con el viento. Unos pies que llevan empedernidas las huellas de sus experiencias. Un ir y venir hacia un confín en que todo lo vivido perdura en el recuerdo. Un tránsito fugaz que pasa irreversiblemente al tiempo que se intangible. El hombre no puede hacer nada para detenerlo, sólo siendo sobre él y toma conciencia de su transcurso.


El artista consciente de su devenir, intenta congelarlo. Un tiempo que como el mismo Virgilio escribe en La Eneida: "Stat sua cuique días, breve te irreparabile tempus ómnibus este vitae" ("Está decidido el día / tiempo para cada uno, breve e irreparable, es el tiempo de la vida para todos ").
Significativos son los títulos de sus obras en este sentido: Tomar el tiempo, tiempo huido, Esperamos que pase el tiempo, Tiempo de reflexión y espera, El tiempo no es necesariamente medida, etc. Un transcurso que no se ve ni se siente y del que sólo conocemos sus signos; unos signos que interpreta de manera personal y alegórica.

Pero también la memoria aparece de manera continuada como contenedor de conocimientos, como reducto de experiencias, de deseos incumplidos, de acciones consumadas. Y en este sentido, el artista utiliza la flor del cardo para realizar una instalación de enormes magnitudes como una alegoría a la remembranza. El cardo, una planta resistente, dura y espinosa que paradójicamente es la primera que florece en primavera, es utilizada como metáfora de la memoria. Una leyenda mágica atribuye al cardo santo la propiedad de restituir la memoria perdida. Y en este sentido, Joanpere Massana nos advierte de la importancia de no olvidar lo más esencial; lo entrañable que forma parte de nuestras vidas. Una flor del cardo que una vez consumada queda en esqueleto petrificado, al igual que el humano Una permanencia en el tiempo y el espacio que pervive como recuerdo de lo que fue, de lo que existió, de lo nunca más volverá a pasar.

Cardos pintados desde el negro al azul, con una gama de colores variados de un gran abanico de posibilidades, de memorias individuales y colectivas, de experiencias vitales que rememoran nuestra historia. Un mar de posibilidades que encuentran en esta instalación múltiples interpretaciones al alcance de un intenso debate.

Porque después de todo aún nos queda la esperanza. Un soplo de optimismo a la incertidumbre de la vida, en lo que aún puede ocurrir y que nos puede ayudar a entender el mundo, pero sin perder nunca los orígenes. Realidades efímeras que reflejan la conciencia de la finitud temporal de la existencia humana y que a través de la reflexión y el recuerdo, en un espacio fonterizo-con el entorno natural como escenario-nos alerta de su trascendencia.

Joan Gil Gregorio
Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte